GH20 – Gala 4: una noche con alma, pólvora y torpezas de manual
Si algo dejó claro la Gala 4 de GH20 es que este formato, cuando quiere, todavía sabe morder. A veces con colmillo fino… y otras clavándose el cuchillo en su propio pie. Fue una gala llena de pulsos, lágrimas, decisiones contundentes y algún que otro “¿pero quién aprobó esto?”. Un carrusel extraño, intenso y, sobre todo, revelador.
Aquí va mi análisis completo: más reposado que el plató, más honesto que algunas mecánicas, y con el bisturí justo para separar lo que merece aplauso de lo que huele a idea escrita en una servilleta cinco minutos antes de salir en directo.
El choque Patricia vs Almudena: la primera gran guerra de GH20
El conflicto entre Patricia y Almudena llevaba días cociéndose a fuego lento, pero en esta gala reventó como una olla a presión sin válvula. Lo que parecía un malentendido doméstico terminó transformándose en una ruptura absoluta: desconfianza, acusaciones, broncas repetidas y esa sensación de que, en esta casa, cualquier gesto puede convertirse en dinamita.
La gala nos regaló el enfrentamiento más potente de la edición. El montaje, las imágenes cruzadas, el cara a cara sin filtro… todo empujaba en una misma dirección: que alguien iba a caer, y esa caída iba a ser sonora.
Y cayó Almudena.
Con un brutal 78,8 % de los votos.
Una cifra que no deja lugar a interpretaciones: el público no compró su actitud, sus evasivas ni su forma de afrontar la tensión. Fue una expulsión limpia, contundente y simbólica. Patricia, mientras tanto, aguantó firme. Y desde aquí lo digo con claridad: yo estoy en su equipo.
Patricia fue directa, valiente y coherente. Cuando tuvo que plantarse, se plantó. Cuando tocó hablar, habló sin rodeos. Y en un concurso donde el gris abunda, el carácter se agradece.
Fue el primer gran duelo del año… y lo ganó quien tenía que ganarlo.
La curva de la vida de Edurne: el corazón que GH no había mostrado aún este año
Si el duelo fue la pólvora, la curva de la vida de Edurne fue el alma de la gala.
No hubo artificio, no hubo pose. Solo una historia contada con una sinceridad casi desarmante. Edurne habló de su vida, de su identidad, de su proceso personal… con una claridad que dejó un silencio raro en plató. De esos silencios que significan algo.
A veces GH se pierde en pruebas vacías y giros absurdos, pero cuando aparece alguien como Edurne, entiendes por qué este formato llegó a ser tan grande: porque permite que la vulnerabilidad conviva con el espectáculo.
Su curva fue emotiva, inspiradora y, sobre todo, necesaria.
Yo la apoyo plenamente: me gusta ella como concursante, me gusta su actitud, y me gusta cómo aporta luz en una edición que a veces se empeña en oscurecerse sola.
El teléfono de Íñigo: el momento “¿de verdad estamos haciendo esto?”
Y ahora lo otro.
El rincón oscuro de la gala.
La mecánica que pidió a gritos una reunión de emergencia en la sala de guionistas.
La “expulsión fulminante” por ser el último en coger un teléfono.
Es que no hay por dónde cogerlo (ironías del destino).
Ni sentido, ni coherencia, ni lógica. Un truco de feria disfrazado de giro épico. Íñigo se vio con un pie fuera por una prueba más digna de un campamento juvenil que de un reality que presume de historia.
Luego rectificaron. Lo salvó la audiencia.
Pero el despropósito ya estaba servido:
un formato que intenta innovar a base de sobresaltos, en vez de a base de contenido.
No me extiendo más porque no tengo energía para analizar ideas tan pobres. No la merece.
Nominados de la semana: una lista que huele a guerra futura
Los nominados tras la tormenta son:
José Manuel
Belén
Joon
Patricia
Y aquí, sin envoltorios ni diplomacia:
quiero fuera a José Manuel.
No aporta, no evoluciona, no sorprende. Y lo más grave: se ha acomodado peligrosamente en el rol de “soy el dueño de la cocina, soy el padre de la casa, soy la ley”. Ese tipo de concursante siempre acaba frenando la convivencia en vez de moverla.
Si GH quiere una casa viva, necesita que él salga.
Si quiere una casa durmiendo la siesta, que se quede.
Yo, por supuesto, voto por la primera opción.
Gala intensa, edición convulsa, esencia en disputa
Fue un reflejo perfecto de GH20:
capaz de lo mejor, propenso a lo peor.
Cuando pone foco en el conflicto real —Patricia vs Almudena— funciona.
Cuando da espacio a historias profundas —Edurne—, emociona.
Pero cuando intenta innovar sin pensar —teléfono, sustos, giros caóticos—, se pierde en un laberinto de artificios.
Aun con sus errores, esta gala deja un mensaje claro:
cuando GH se toma en serio a sí mismo, sigue teniendo fuerza para enganchar.
La pregunta es si lo hará a partir de ahora… o si seguirá dependiendo de teléfonos, sustos y parches de última hora.
Y por último, hablemos del elefante en la sala: las audiencias siguen en mínimos históricos, y no por casualidad. Sí, Telecinco está hundida; sí, la televisión lineal vive una crisis de consumo evidente; pero aquí hay algo más profundo, algo que duele admitir: la desconexión total del público con el formato. Zeppelin no está cuidando nada, ni las galas, ni los vídeos, ni la narrativa, ni la estructura del concurso. No hay mimo, no hay ambición, y cuando el programa no se toma en serio a sí mismo… la gente tampoco lo hará. El otro día, sin ir más lejos, una compañera de trabajo le dijo a mi pareja que no sabía qué ver porque “no había nada en la tele”. Él le comentó que había empezado Gran Hermano hacia poco… y ella contestó un sorprendente “¿Ah, sí? No lo sabía”. Ahí está la prueba del desenganche social: GH20 ha pasado desapercibido incluso para el espectador que históricamente lo tenía como referencia. Y te soy sincero: esta semana, entre mis dos días de vacaciones y mi hartazgo con cómo están llevando la edición, me planteé muy seriamente dejar de verla. Pero aquí sigo, porque algunos estamos hechos de otra pasta: los que entramos a GH sabiendo que puede doler, aburrir, frustrar… pero que siempre volveremos. Yo caeré con Gran Hermano hasta el final.
El Confesionario de Juanfran








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